El sentir sociocultural y el proceso de paz en Colombia: construcción de democracia por medio de una pedagogía del sentir colectivo

Resumen: En este ensayo se procederá a relacionar teóricamente el ámbito social de las emociones y del sentir humano con la idea de dramaturgia y actuación social del sociólogo Jeffrey Alexander. Para ello se tomará a grandes rasgos, como ejemplo analítico, y tras una previa reflexión teórica, el caso del proceso de paz en Colombia entre el gobierno del Estado y la guerrilla de las Farc, así como la visita del Papa Francisco a dicho país en septiembre  2017. De igual manera, se presentará la idea de que las manifestaciones de odio al impedir el ejercicio de un pluralismo argumentativo, van en contravía de una democracia deliberativa y de una interculturalidad que permita cimentar proyectos comunes. De ahí que sea necesario aun en tiempos actuales, una constante pedagogía del sentir que se incline hacia la paz y la cooperación y un constitucionalismo que reconozca dicha responsabilidad sociocultural, todo ello de la mano del mismo ejercicio democrático.

Palabras clave: Dramaturgia social, proceso de paz, interculturalidad, transmodernidad.

Papa-Francisco-Visita-Colombia

Foto tomada de http://www.acidigital.com

 

Introducción:

En su obra En nombre del pueblo. El problema democrático, la autora Valentina Pazé (2013) nos dice que es altamente desconcertante el hecho de que a pesar de vivir en sociedades que, en principio, ofrecen potencialmente a todos el acceso a una masa inabarcable de información, no obstante, dicha ventaja contemporánea no parece reflejarse en los conocimientos de que efectivamente disponen los ciudadanos, ni en su capacidad para el pensamiento crítico. Pareciese incluso como si los ciudadanos fueran muy fáciles de arrastrar por emociones intensas que corren en masa. Pues bien, la autora también menciona que en la Antigüedad ya se desconfiaba del demos (el pueblo), para tomar decisiones, incluso en la misma ciudad donde nació la democracia, es decir, Atenas. No es de extrañar, por tanto, que el pueblo sea representado como una fuerza de la naturaleza, que aparezca “como una entidad inhumana, que desata obsesiones y fobias. Aparentemente sordo a la voz de la razón, se hace temible por sus movimientos imprudentes, imprevisibles, incontrolables” (Pazé, 2013, p, 22). El panorama de que lo respecta al demos parece ser algo oscuro y caótico, sin embargo, Valentina Pazé (2013) también menciona que dentro del demos, a pesar de que se caracterice como masa o muchedumbre, hay muchas cabezas, muchas formas de opinión, y el diálogo entre todas esas formas es algo que puede resultar altamente constructivo para la sociedad.

 

Por otra parte, bien podría pensarse, de igual forma, que es la existencia de grupos y estructuras ideológicamente dividas en un alto nivel societal, como los partidos políticos, y sus juegos de intereses, los que tienden a generar tensiones y a oscurecer con ello el sano discurrir dialógico del pueblo. Es decir, las influencias que recibe el demos en un mundo como el actual, son de permanente división y tensión y en ocasiones de polarización de unos grupos respecto a otros. El hecho de fondo, por tanto, es que el ámbito de la emoción resulta propicio para influir y generar toda clase de transformaciones, adhesiones e ideas dentro de la opinión pública.

 

Partiendo de allí, en este ensayo se plantea la necesidad de construir dramaturgias del sentir colectivo que vayan de la mano con la democracia y de paso la resignifiquen. En otras palabras, se plantea la idea de que en un mundo como el actual en el cual los sentidos se han relativizado y la verdad ha perdido peso en su aspecto metafísico y trascendental, es necesario más que nunca combatir los discursos de odio que tienden a desunir y a negar la otredad y, por tanto, son antidemocráticos. Discursos de odio con una muy significativa importancia política en el mundo de hoy y en las democracias que lamentablemente solo se entienden a sí mismas como sistema representativo por medio de partidos políticos. De ahí que no sea raro que se haga política por medio del odio y la negación hacia otros, política por parte de candidatos que no prometen un mundo mejor sino expulsar migrantes, por ejemplo.  Ello, en parte, podría solucionarse por medio de una sana pedagogía del sentir colectivo que invite a la convivencia y a valorar, no candidatos, sino proyectos, en pro del bien común, y más que todo proyectos educativos. Es decir, se requiere una pedagogía que involucre una dramaturgia tal y como la entiende el sociólogo Jeffrey Alexander (2014) en su pragmática cultural. Una pedagogía que movilice emociones y que permita que estas se centren en la interculturalidad, la cooperación y la construcción de proyectos comunes. De esa forma, y tomando como pretexto el proceso de paz en Colombia, en este ensayo se relacionará la importancia de las emociones en un marco social de acción, con la manera en la cual estas se visibilizan públicamente y con su importancia en la construcción de una sana democracia.

 

La decencia socioestructural y el proceso de paz en Colombia

 

La relativización actual de las luchas y los intereses en una sociedad cuyos focos de poder se mueven de forma descentralizada y por nodos que cada cierto tiempo cambian y hacen relevos de sí mismos, dejando a los mismos grupos de siempre en el poder, ha generado que términos como el de “decencia” lamentablemente pasen a ser significantes vacíos. En la RAE, por ejemplo, aparecen las siguientes tres acepciones de la idea de “decencia”: 1) Aseo, compostura y adorno correspondiente a cada persona o cosa; 2) recato, honestidad, modestia; 3) dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas. Ahora bien, ¿por qué decir que el término de decencia se ha vuelto vacío? Pues bien, podría decirse que hoy día si acaso se mantiene la primera acepción del término de manera superficial y puesta al servicio de ideas no propiamente premodernas, sino preconstitucionales. Es decir, ideas que atentan contra los derechos fundamentales y la dignidad de la persona humana. De esa forma, y para colocar un ejemplo ilustrativo, bien se puede decir que no es para nada decente que un pueblo entero tenga una excesiva facilidad para acercarse a las armas de fuego, tanto así que estas puedan estar al alcance de cualquier joven. Se podría decir que en ese caso decencia es enseñar que por medio de las leyes y el diálogo se puede solucionar o por lo menos acercarse de la mejor manera a muchos problemas. Sin embargo, en un país como Estados Unidos, donde un considerable margen de población cree en seres extraterrestres y asegura haber visto ovnis, muchas personas aseguran que las armas son para defenderse. ¿Defenderse de quién? ¿De otras personas con armas? ¿De los extraterrestres de los mitos y las leyendas urbanas? ¿De todas aquellas otras influencias generadas por el cine de acción y ficción local hollywoodense?  Decencia no es andar construyendo muros para separar poblaciones humanas, decencia no es hacer política mediante el odio y la separación, decencia, para no ir más lejos del ámbito local, no es acudir en masa a saquear supermercados con la excusa de que han sufrido extinción de dominio y, por ello, en lugar de dejar que se les dé un buen uso, acudir de forma vandálica y criminal a usurpar el bien ajeno, sembrando altos grados de odio, violencia y negación que de una u otra forma entraran por los nervios visuales y los distintos receptores de los niños del país. Decencia no es andar gritando que maten a alguien, o tachar a personas de cualquier grupo determinado de furibestias, o castrochavistas o con cualquier otro término sin un significante consensuado y  que se use de manera despectiva y no bajo políticas del odio. Decencia no es rechazar aquella mano que continuamente se extiende ante ti. Decencia es no aceptar la impunidad, pero tampoco negar el pleno derecho de las víctimas a una restitución de tierras o a la verdad, lo cual también genera impunidad.  Decencia es no aceptar de antemano los males del neoliberalismo en forma de desregularización laboral y generación de entramados de economía precaria. La decencia, de hecho, se entrevé en la forma como los partidos hacen política mediante la movilización de sentires, pero también en cada gesto, cada palabra y cada acción que llevemos a cabo en el día a día. Recordemos que la tercera acepción de la RAE, sobre decencia, implica la dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas. Un estado o calidad que, desde luego, debe ir de la mano de imperativos universales como de los que hablaba Kant en su tiempo.

 

La idea de fondo, por tanto, es que la noción de decencia debería sufrir un giro de paradigma, y más en un proceso como el que afronta Colombia actualmente, debería dejar de ser un significante tan vacío, o un significante que tan solo atañe al cuerpo humano para rechazar a otros con otras condiciones de género diversas, por ejemplo. Dicho término debería convertirse en parte imprescindible de un constitucionalismo que reconozca que debería fijarse ciertas metas que salvaguarden los derechos fundamentales, por medio de un sentir de sana pedagogía social donde quepa y se aplique otra idea distinta de decencia. Para ello, desde luego, se requiere de una pragmática o de una adecuada actuación social que llame al sentir más constructivo posible. Recordemos que en cuanto a lo que atañe al proceso de paz que ha tenido lugar en Colombia desde el 2012 con la guerrilla de las FARC, ha surgido una pluralidad argumentativa, múltiples formas de dramaturgia o escenificación de sentires y valores, y, en general, toda una producción de argumentos e ideas mediante los cuales diversos actores involucrados han elaborado, refutado o estabilizado formas concretas de realidad social discursiva y de relaciones de poder. Lo que no hay que perder de vista, en torno a ello, es que dichos argumentos han sido influenciados en gran parte desde la emoción y el sentir. Ya se han producido dramaturgias y actuaciones sociales, pero muchas de ellas con guiones sociales que han llamado al odio y a la violencia, como en el caso de los supermercados saqueados en febrero de 2018 en varias ciudades colombianas.

 

De acuerdo con Jeffrey Alexander (2014), los guiones sociales cristalizan la cultura de fondo (de ahí que su teoría de la actuación o de la dramaturgia social se denomine pragmática cultural), de forma tal que si hay marchas contra valores como la paz o la diversidad de género, tal y como ha llegado a suceder a lo largo del proceso de paz que se lleva en Colombia con las Farc, es porque hay en el fondo ciertos códigos culturales impregnados con sentires de odio o miedo, así como patrones culturales patriarcales, según sea el caso. Lo importante a resaltar, es que el odio moviliza masas con gran facilidad pero no es democrático en cuanto a la desunión que configura y la imposibilidad de construir proyectos comunes. Lo malo del asunto, es que el odio es mucho más común de lo que se piensa. De esa forma, de acuerdo con Esteban Ibarra presidente del Movimiento Contra la Intolerancia, tenemos que:

 

Son millares los delitos de odio que pasan inadvertidos, muchos sin denunciar, por miedo a represalias o desconfianza institucional entre otras causas, lo que ayuda a los agresores cuyo anonimato y no reivindicación facilita una trivialización del problema,construyéndose una mirada colectiva de indiferencia y aceptación de la banalidad del mal (Ibarra, s.f.: 1).

 

El odio, de hecho, es un crimen (atenta contra bienes jurídicos como la dignidad, el buen nombre, la honra), y como tal, es decir, como tipología de criminalidad, se define de la siguiente forma:

 

…todas aquellas infracciones penales y administrativas cometidas contra las personas o la propiedad por cuestiones de “raza”, etnia, religión o práctica religiosa, edad, discapacidad, orientación o identidad sexual, por razones de género, situación de pobreza y exclusión social o cualquier otro factor similar, como las diferencias ideológicas (Ibarra, s.f.: 1).

 

Sin embargo, a nivel masivo, uno de los daños más grandes que se quiere destacar en este texto, es el ejercicio de una sana democracia y de un pluralismo argumentativo (sentires como el odio, por ejemplo, con su característica de expandirse con gran facilidad, llaman a borrar muchas ideas y a homogeneizarlas en pro de un proyecto social destructor), de ahí la importancia de una pedagogía del sentir que vaya de la mano con la práctica democrática y que se centre en la dialogicidad de la democracia y en la cooperación. En parte, y en torno a este punto, también podrían mencionarse, de igual, forma, las manifestaciones de odio en la campaña presidencial del nuevo partido político de las Farc a inicios de este 2018, sin embargo, en cuanto al escenario del sentir humano, también hay que ser consecuente, y hay odios que son el resultado no solo de campañas mediáticas de desprestigio sino de heridas abiertas que deberían tener un tiempo considerable para sanar, de ahí que haya sido una grave equivocación y en gran medida una irresponsabilidad abrir una campaña política cuando recién se está en un proceso, y no dejar, por lo menos, que muchas de esas heridas sanen. Los procesos de paz no solo involucran a los gobiernos sino a las poblaciones de sus Estados. Para finalizar este apartado recordemos lo siguiente en torno al ámbito del sentir en sí mismo:

 

El ámbito sociopolítico de la emoción es tan complejo como interesante. En él podemos encontrar desde altas instancias gubernamentales que promueven el odio para defender ciertos intereses particularistas, hasta grandes eventos en su mayor parte ligados a la farándula o al ámbito deportivo, que muy a menudo son revestidos con cierto cariz pasional y emotivo sobresaliente, un cariz con el cual se busca conformar cierta centralidad o cierto foco de poder comercial, social e incluso político. Una centralidad social constituida mediante una influencia conscientemente ejercida sobre la emoción humana, es decir, de una u otra forma, existe hoy en día una gestión política de las emociones la cual posee, cabe decir, dinámicas estrechamente vinculadas a altas instancias estructurales. Unas dinámicas que, de cualquier forma, no están debidamente orientadas y coordinadas a causa del desconocimiento ontológico de las emociones y su subsecuente asociación metafísica, por parte de las grandes organizaciones supranacionales. Así, por ejemplo, se combate la pobreza principalmente por las carencias, por los males físicos o la desigualdad que esta ocasiona en un determinado marco de poder, y no tanto por los estados emotivos de soledad o tristeza que genera, sumamente ligados estos hoy en día y desde hace mucho y en forma excesiva a la dimensión de lo individual. De esta forma, tenemos que la gestión institucional de las emociones por fuera del ámbito comercial, es bastante precaria, bastante mal conducida, y ello debido a su escasa y casi que nula asociación con el sentido de lo político y estructural (Guerrero Ramos, 2015).

 

Dramaturgia social y sentir humano en relación al proceso de paz en Colombia

 

En su teoría de la pragmática cultural, el sociólogo Jeffrey Alexander (2014) nos dice que el éxito de una acción simbólica estará estrechamente ligada al hecho de poder hacer creíbles los contenidos culturales que se movilizan a través de ella. En dicha credibilidad, cabe decir, se hallan involucrados tanto un componente racional como unos determinados imaginarios culturales, pero además de ello, también unos determinados sentires, es decir, una determinada gama de emociones a través de las cuales las personas observarán lo social. Recordemos que para una autora como Tania Rodríguez (2008), las emociones indican, expresan o revelan las ideas y sus niveles de apropiación. No es de extrañar, por tanto, que en el mundo contemporáneo podamos “encontrar desde altas instancias gubernamentales que promueven el odio para defender ciertos intereses particularistas, hasta grandes eventos en su mayor parte ligados a la farándula o al ámbito deportivo, que muy a menudo son revestidos con cierto cariz pasional y emotivo sobresaliente” (Guerrero Ramos, 2015, sp.). En otras palabras, el ámbito de los sentires es determinante en el mundo sociocultural y, por ende, en el mundo político.

 

De acuerdo con Tanía Rodríguez (2008), “identificar el tipo de emociones que generan los significados culturales en cada caso particular, permite enfrentar metodológicamente la complejidad de la significación cotidiana y sus niveles de apropiación” (p. 146). Al respecto es bastante sabido que gran parte de quienes se oponen a un proceso de paz, están siendo conducidos principalmente por la desconfianza, el odio e incluso el miedo, entre otros. Sentires que rara vez pueden aportar algo a la construcción, de ahí que sea esencial construir valores positivos en torno a una meta tal, valores centrados en la unión y el compromiso mutuo. ¿Pero cómo lograrlo? Volviendo a Jeffrey Alexander (2014), dicho autor nos dice que para poder hacer creíbles los contenidos simbólicos, se requiere de un performance social efectivo, es decir, de un despliegue hacia un público determinado de un sentido o un conjunto de sentidos conscientes o inconscientes respecto a una situación social dada. En otras palabras, se requiere de una dramaturgia social que mueva no sólo las significaciones y sus jerarquías sino los sentimientos y las emociones humanas.

 

La pragmática cultural de Alexander (2005; 2014), también sostiene que detrás de cada dramaturgia o escenificación social subyace un sistema de representaciones colectivas, ello implica que el mismo hecho de hacer una marcha o un evento dado en medio de una situación que despierta conflicto, implica un conjunto de ideas comunes sobre la vida o algún aspecto de ella. No obstante, hay que tener en cuenta que el mismo Alexander (2005) afirma que en la secuencialidad de las dramaturgias sociales, los guiones que se representan ya están elaborados antes de que las actuaciones tengan lugar en la prensa o en los distintos eventos mediáticos, en otras palabras, no es de extrañar que los medios de producción simbólica sean controlados con toda clase de intereses sociales e ideológicos. No es de extrañar que personas que actúan desde un marco heréstetico[1] manipulen los sentires de las personas, lo que sucede de forma muy frecuente, pero lo preocupante es que se haga para llamar al odio y a la desunión, lo cual imposibilita el ejercicio pleno de un pluralismo argumentativo y de una sana democracia deliberativa. En otras palabras, los discursos de odio son esencialmente antidemocráticos.

 

Hay que aceptar que el gobierno colombiano siempre ha tendido la motivación de generar una dramaturgia positiva alrededor del proceso de paz, pero en general se ha quedado bastante en ello, es decir, en motivaciones. Muchos de los principales eventos que pudieron despertar los sentires colectivos hacia proyectos de perdón y construcción o bien pasaron bastante desapercibidos o no se les dio el enfoque debido. De esa forma, eventos como la instalación de la mesa de diálogo en Oslo e 18 de octubre de 2012 y posteriormente en la Habana, la publicación de los borradores del Acuerdo el 24 de septiembre de 2014, y la firma del primer acuerdo de 297 páginas en Cartagena, a pesar de haber tenido una gran resonancia mediática, no calaron en términos de emoción lo suficiente en el ciudadano de a pie. Ello a falta de una dramaturgia mucho más efectiva. El único evento que pudo encaminar hacia un sentir de paz que llamara lo más humano de las personas, fue la visita del Papa Francisco entre septiembre 6 y 10 de 2017. Un evento que al parecer y lamentablemente, se ha ido borrando del panorama socioemocional con gran rapidez. Jeffrey Alexander (2014), cabe agregar, nos recuerda, de igual forma, que la dramaturgia es el elemento clave de las sociedades diferenciadas o modernas, mientras que en las sociedades precapitalistas o premodernas, era el aspecto ritual. De ahí que una visita tal como la del Papa causara un impacto altamente positivo para hablar de paz en Colombia.

 

Interculturalidad como base de la transmodernidad y de un sentir humano basado en la cooperación y el diálogo

 

La interculturalidad no solo puede ser considerada como un elemento que insta a compartir entre las diferencias, sino como una noción que adquiere relevancia ideológica en el terreno de las luchas y el activismo de los denominados movimientos étnicos y plurinacionales, una noción que se mueve, por tanto, en los asuntos concernientes al poder, la exclusión, la subalternidad y, desde luego, la expulsión (Castillo y Guido, 2015). De ese modo, lo intercultural tiene un gran poder para cuestionar las desigualdades y las exclusiones históricamente presentes entre unas culturas y otras; así como de poner en entredicho el discurso multicultural que persigue la integración solo bajo la tolerancia indiferente y no bajo una idea de intercambio y enriquecimiento cultural conjunto y mutuo. De esa forma, el modelo intercultural puede incluso cuestionar las lógicas del poder moderno y colonizador que subordinan ciertas identidades, no por nada Zahir Kolia (2016) nos dice que las creencias étnicas ancestrales tienen un gran poder para desestructurar las lógicas de dominación burguesa de ese invento históricamente reciente y aún en conformación llamado “Estado”, hacia una democracia deliberativa en la cual prime el bien común.

 

Así planteado, estamos hablando de crítica al Estado e incluso al modelo liberal de pensamiento a través de la misma democracia y del pluralismo argumentativo, así como de un constitucionalismo que contiene dentro de sí los paradigmas valorativos de los derechos humanos y, no obstante, no reconoce en amplio grado su tarea de fijarse metas en torno a pedologías de la paz y el entendimiento, puesto que sin ello, discursos de odio, que no son sino ideas preconstitucionales (se emplea preconstitucional en lugar de premoderno por la noción de colonialidad que encierra en sí mismo del proyecto colonial tal y como que han sostenido autores como Walter Mignolo 820079). Recordemos que para una autora como Chantal Mouffe (2012), el ejercicio político contemporáneo es el punto de encuentro de dos tradiciones que, al contrario de lo que podría suponerse, no se implican mutuamente. Por un lado la tradición liberal constituida por valores tales como el imperio de la ley, la defensa de los derechos humanos y el respeto a la libertad individual, y por otro lado la tradición democrática, la cual hunde su propio ser ella en la igualdad, la identidad entre gobernante y gobernados y la soberanía popular (Alles, 2016). De esa forma, una pluralidad de argumentos que no polarice y lleve a la búsqueda de un bien común, debe basarse a su vez en un imaginario intercultural por el cual se pueda construir una democracia que, a su vez, permita deconstruir en la práctica las formas colonizadoras del modelo contemporáneo de Estado y su modelo de democracia representativa sustentada en partidos políticos que dividen y crean tensiones (un panorama, este de las tensiones, que ya empieza poco a poco a incrementarse en el actual periodo de propaganda política vías a las elecciones del presente año 2018).

 

Pero ¿qué tan relevante fue la visita del Papa Francisco para Colombia en términos de dramaturgia y pedagogía social? Pues bien, en un análisis del diario EL Tiempo, encontramos lo siguiente:

 

Para Francisco, el país no puede seguir chapoteando en las diferencias. Hay que avanzar. De hecho, la intensísima agenda, que pidió él mismo, estuvo marcada por un lema que simboliza la coyuntura actual del país: “Demos el primer paso”.


Pero ¿cómo? Él dio las claves. En Villavicencio, por ejemplo, puerta de entrada a un vasto territorio que sirvió de santuario a la guerrilla, tras escuchar los dramáticos testimonios de cuatro personas que en ese instante representaron a los ocho millones de víctimas que dejó medio siglo de conflicto armado, dijo: “Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: no tengan temor a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades”. Y argumentó: “Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad” (Neira, 10 de septiembre de 2017).

 

Así visto, y de acuerdo con el esquema teórico que hemos venido tratando, un mensaje de concordia en una nación como Colombia, no solo representa un apoyo al proceso de paz, sino un mensaje capaz de cimentar y construir democracia. Al respecto, el mismo diario El Tiempo señala que:

 

El periodista y analista Juan Lozano considera errado interpretar exclusivamente los mensajes del Papa como si fueran una línea trazada a favor de los acuerdos de paz: “El balance de la visita se explica por su combinación vigorosa de dulzura y fortaleza, pues tocó el corazón de la gente e interpeló a toda la dirigencia colombiana para que, todos y de todas las orientaciones políticas, recuperen los valores tutelares y superen odios, venganzas y cálculos mezquinos” (Neira, 10 de septiembre de 2017).

 

Conclusiones:

 

Por una parte, de acuerdo con Geminello Preterosi (2016), un constitucionalismo que reconozca como parte de sus defensa de derechos una pedagogía del sentir, y una construcción de derechos que ambicione ir más allá de las fronteras nacionales es posible solo como construcción desde abajo, como reivindicación de derechos e impugnación de poderes a escala global, no como ordenamiento mundial, ya que un orden mundial unitario que ignore la pluralidad de argumentos y visiones podría suponer una unidad moral-racional del género humano, y con ello un objetivismo ético. Así visto, la configuración de un constitucionalismo global si es desde arriba, desde los grandes poderes, podría traer consigo posibles caballos de Troya impuestos por modelos eurocéntricos o pertenecientes a un logos gobernado por una sociedad líquida y un paradigma de orientación económica neoliberal. Sin embargo, la gobernabilidad desde abajo, como hemos visto líneas atrás, se enfrenta a una gran paradoja que es la capacidad de crítica y análisis y sobre todo la capacidad de rehuir los odios por parte del demos, es decir, el pueblo.

 

Es, desde luego, un asunto de difícil solución. Sin embargo, en este texto se ha planteado a la dramaturga social y a la capacidad de llamar los sentires de las personas por medio de ella, como un vehículo capaz de orientar de la mejor forma esa construcción que debe venir desde abajo. Ideas que deben discutirse en un marco cooperativo y mutuamente enriquecedor, es decir, en un marco de pluralismo argumentativo orientado hacia la consecución del bien común. Las ideas, nos dice Yamandú Acosta (2014), siempre estarán en un terreno de disputa, razón por la cual el sujeto en términos de plenitud, es una utopía imposible y, por lo tanto, lo único que históricamente posible nos queda “es ejercer permanentemente la capacidad crítica sobre lo instituido en cuanto a sus eventuales y visibles efectos de distorsión; así como la capacidad constructiva en perspectiva instituyente, superadora de las distorsiones experimentadas”. (Acosta, 2014: 1). Por otra parte, en gran parte este texto excede la mera reflexión sobre el proceso de paz en Colombia, y fija una idea que puede parecer demasiado radical, que es la de que, en su promoción de una pedagogía de la paz y la convivencia, el ámbito constitucional debería procurar que al poder político no se llegue por adherencias a partidos políticos por parte de candidatos, sino mediante un sistema mediante el cual se designe a cualquier ciudadano, como cuando se escoge de forma azarosa pero con determinados parámetros básicos jurados de votación, para que luego dicha persona formule y trabaje en proyectos sociales que son por los que se invitará a las personas a votar. Esa, entre muchas otras ideas que podrían hacer evolucionar el actual paradigma constitucional y el actual sistema democrático y que vinculen el sano ejercicio de la política con la psicología de las personas.

 

 

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[1] La heréstetica, es un concepto acuñado por William Riker (1986) que hace alusión a “la manipulación de los gustos y alternativas a partir de los cuales se toman decisiones, tanto de una manera objetiva como de la forma en la que aparece ante los participantes” (Blakeley, 2016, p. 7). Los heresteticistas están “continuamente metiendo el codo y empujando» con tal de conseguir los resultados que desean (Riker, 1986).

 

Autor: Miguel Ángel Guerrero Ramos. Sociólogo de la universidad Nacional de Colombia. Estudiante de maestría den Derechos Humanos (UPTC). Miembro del semillero de investigación Con paso crítico (UPTC). maguerreror@unal.edu.co

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